1.03.2009

Constelaciones

Tomé el charpe y una piedra. La coloqué en posición. Estiré y solté. Fallé. La lata seguía impávida. El humo del carbón nublaba mi puntería. O tal vez mi inexperiencia. Un riflecito de municiones, mucho más fácil.
Una lata de cerveza, una cajetilla de cigarros, un bote de salsa verde vacío acomodados en una piedra lamosa. Fue como una especie de metáfora. Fallé el primer tiro. Recargué y apunté de nuevo: ¡plim! Cayó el bote de salsa. Dos, tres tiros más. Un agujerito en una de las latas de cerveza era prueba de que di en el blanco. No cayó, pero el balín de metal se oía dentro. Ahora sí. Venceremos a los cigarros. Al sexto tiro fallido empecé a respirar profundo. Me cuesta trabajo la maldita cajetilla. Siete, ocho, nueve. Recarga. ¡Chingada madre! Diez: por fin. Un golpecito seco me daba la victoria. Regresé a ver los blancos improvisados. La lata de cerveza tenía varios hoyitos. Si la veías a contraluz, parecía un pequeño cielito interior. La cajetilla sólo tenía uno.

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Una nube de moscos rondaba una de las lámparas que daban al jardín. Yo, haciendo un esfuerzo por verme "bien" con una falda corta, y muy a pesar de todos los repelentes existentes en el mercado, no me di cuenta que me había esforzado también para ser un festín para los putos insectillos chupasangre, que parecieron ser inmunes a todos los químicos que tuve a bien echarme de pies a cabeza.
Menos de una cuarta abajo de las nalgas me encontré con un montón de puntitos rojos. Ya valí madres. Primero, fue sólo inflamación. Ahora, son manchas púrpuras que pican como la chingada. Trato de no tocarlos, para no aumentar la comezón, pero si me descuido, me empiezo a rascar como si no hubiera mañana. Huelo a vaporub porque ninguna otra crema, ungüento, pomada o cataplasma me funciona ni remotamente. ¿Se me quitarán las marcas? Al menos ya podré decir que traigo el Cinturón de Orión, la Osa Mayor, la Osa Menor y Piscis en las nalgas.

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