Sentí como cuando estúpidamente accedí a pasar un fin de semana de caminata y campamento y sufrí horrores con un frío de mierda y una piedra clavada en la espalda, que tenía ganas de hacer pipí pero me daba miedo que una víbora me fuera a morder el culo en la obscuridad y lloraba y lloraba nomás de pensar lo lejos que estaba de un chocolate caliente y un excusado decente; y luego cuando regresé a la civilización, oh sí la chingada rata de ciudad que soy, y mi abuela me hizo casi desnudarme para no llenarle de tierra la casa y me subí a bañar y fue el baño más pendejamente placentero que me he dado en mi vida y de mi boca salían gemiditos por que el agua estaba calientita y se iba por la coladera llena de mugre y yo poco a poco iba recuperando la esperanza en que la palabra cómodo volviera a entrar en mi vocabulario y luego me puse mi pijama oloroso a suavitel y bajé a tomarme un caldito de pollo y luego me dormí en una cama que sentía como un cirroestrato con sábanas de franela.
Así sentí entre lágrimas y mocos y ahora sonrío más. Y qué esperabas que fuera a seguir allá en el campo con el putofrío y la putapiedra aunque dicen que son experiencias inolvidables y en cierto grado lo son pero no, ni madres, ni en drogas. Mejor me quedo aquí en la camanube con sábanas de franela y pijama de suavitel. Eso me hace feliz.
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